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Los jugadores dependientes y el entrenador deforme. Conversaciones con Óscar Yebra

Foto del escritor: Quim GómezQuim Gómez

Conocí a Óscar Yebra a través de una revista Gigantes del Superbasket en el año 1993 o 1994, cuando jugaba en el Elmar León de la ACB. Su nombre llamó mi atención porque fue seleccionado en el quinteto de 'Gigantes la semana' de la liga en aquella edición. Obviamente, él no me conoció en ese momento, yo era un chavalín de 10 años que se leía las revistas de cabo a rabo; pasarían casi 30 años hasta que coincidimos en el episodio 23 de El Alma del Juego. Fue un episodio fenomenal que, en mi opinión, no ha recibido las escuchas que merece. Así que ya sabes, ¡póntelo en cuanto acabes el artículo!

Yebra jugando para el Valencia Basket
Yebra jugando para el Valencia Basket

Desde ese febrero de 2023, hace ya dos años, tiemblo cada vez que Óscar me escribe o me llama. No es por temor, sino porque nuestras conversaciones pueden extenderse más de dos horas, hablando sobre técnica, táctica, metodología, liderazgo y muchas cosas más, sin necesidad de un guion. Él desde China, yo desde Michigan.

Desde hace tiempo, siempre llevo conmigo una libreta donde voy anotando todo tipo de ideas que se me ocurren o que escucho de otras personas. Las anoto, reflexiono sobre ellas y las incorporo (o desecho) a mi ADN como entrenador. Hoy revisando las anotaciones he encontrado algunos apuntes de la última conversación con Óscar y de eso tratan estas líneas.

En nuestra última llamada, poco antes de la Navidad de 2024, hablábamos sobre algo que he releído varias veces desde entonces. Con su permiso, me gustaría compartirlo con vosotros: lo que él llama los "entornos de dependencia del jugador respecto al entrenador". Si el término no os resulta lo suficientemente claro, os lo explicaré. Él se refería a como, muchas veces, los entrenadores diseñamos tareas y rutinas donde nuestra participación es imprescindible para que estas sean exitosas.

Esta dependencia del jugador respecto al entrenador puede hacernos sentir bien e importantes, pero también revela que, dentro del engranaje de un equipo, el entrenador suele ser el eslabón más débil. Luego pretendemos que los jugadores sean creativos, atrevidos, originales, capaces de salirse del guion... pero apenas creamos espacios donde eso pueda ocurrir de manera efectiva.

Me atrevería a decir que muchos entrenadores son más entrenadores de ejercicios que de jugadores. En lugar de ser catalizadores para la autonomía y el desarrollo del jugador, nos conformamos con ser arquitectos de ejercicios. ¿Cómo podemos cambiar esto? A través de la enseñanza, la creación de escenarios competitivos, el uso del vídeo... Las metodologías son muchas y variadas, pero si ni siquiera nos detenemos a reflexionar sobre este tema, es probable que sigamos construyendo ejercicios en lugar de desarrollar las potencialidades de los jugadores.

¿Hacemos esto por el ego? El ego, según Óscar (y yo lo secundo), es reconducible y dependiente de las cosas que vas viviendo y experimentando, pero también es mucho más fácil de manejar si tienes capacidad para aprender y nutrirte de conocimiento, y hacia ahí encamino la conclusión del artículo.

Como nuestras charlas suelen alargarse bastante, nunca faltan las analogías. En esta ocasión, yo esgrimí una que creo que encaja perfectamente con este desarrollo: los entrenadores acabamos convirtiéndonos en seres deformes.

"¿Qué quieres decir? Me he mirado al espejo esta mañana y mi cara estaba como siempre"

Lo desarrollo: imagina a un ser humano con dos brazos. Cada vez que aumentas tu conocimiento específico en baloncesto (ejercicios, técnica, táctica, scouting, estrategia, etc.), uno de tus brazos se va alargando. Mientras tanto, el otro brazo permanece del mismo tamaño o incluso se reduce, ya que otras áreas de conocimiento o crecimiento personal no se desarrollan (gestión de personas, comunicación, filosofía, psicología, marketing, networking, etc.). Así, acabamos como un ser deforme: un brazo tan largo como la trompa de un elefante, y el otro como el de un tiranosaurio. ¿Te imaginas? ¡Menudo engendro!

Nuestro objetivo, entonces, debería ser tener ambos brazos lo más equilibrados posible. Solo así podremos ayudar mejor a nuestros deportistas, equipos y, en última instancia, al baloncesto.

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