Aristóteles y el baloncesto
- Quim Gómez

- 14 oct
- 3 Min. de lectura
En mis artículos intento ser lo más conciso posible. Me gusta ir al grano, usar analogías, poner ejemplos. Básicamente, escribir como me gusta leer. Soy el primero que salta párrafos, que lee en diagonal para captar la idea sin demasiados rodeos. Imagino que, como muchos, soy víctima del ritmo de los días y de una sociedad cada vez más impaciente con la profundidad.
Pero hoy me salto esa norma. Y la culpa la tiene un audiolibro.
Uno sobre Aristóteles.

Escuchando las ideas de este pensador griego sobre la felicidad, no pude evitar conectar los puntos con nuestro deporte. Para Aristóteles, la verdadera felicidad solo puede alcanzarse a través del conocimiento y de la libertad. No hay atajos.
Su ejemplo es claro: los animales no pueden ser felices, porque actúan solo por instinto. No pueden elegir, no tienen verdadero conocimiento de sus actos ni de sus consecuencias. Lo que experimentan es placer, no felicidad. Placer al saciar una necesidad, al responder al estímulo. Y eso, dice Aristóteles, no es lo mismo que ser feliz.
¿Y nosotros, en el baloncesto?
Pues… algo parecido. En nuestra sociedad actual confundimos placer con felicidad. Buscamos recompensas rápidas, dopamina instantánea, y muchas veces también lo hacemos entrenando. ¿Algunos ejemplos en nuestro terreno?
Esa jugadita de fondo que sé que no van a poder defender
Esa zonita que sé que se le va a atravesar al equipo rival
Ese ejercicio que sé que siempre sale bien y que hace parecer al equipo un avión aunque no tenga mucha transferencia al juego real o a las necesidades del equipo
Ese emparejamiento defensivo que nos va a dar ventaja una y otra vez
¿Te suena?
Estamos generando placer: resultado rápido, sensación de control, dopamina. Pero no estamos generando felicidad. Porque no hay conocimiento, no hay comprensión, no hay verdadera libertad de juego. Estamos saciando instintos, no desarrollando virtudes.
Conectar a Aristóteles con el baloncesto: vamos allá
Siguiendo la lógica del mentor de Alejandro Magno, un jugador solo puede ser realmente feliz en la cancha cuando puede jugar con libertad… y cuando entiende el juego. Es más: en nuestro deporte, creo que el conocimiento del juego es lo que te abre el paso a la libertad. Y esa libertad (la auténtica, no de la que nos vanagloriamos de puertas a fuera) es la que permite que el jugador disfrute, se exprese y —sí— sea feliz.
Piénsalo un momento:No conozco ningún jugador que no quiera aprender, tenga 9, 17 o 34 años. La cuestión no es si quieren o no. La cuestión es qué les enseñamos, y sobre todo, si eso que enseñamos es útil y transferible al juego real.
¿Enseñamos para que el jugador se libere… o para que nos obedezca?
Aristóteles hablaba de la areté, la virtud, como la excelencia en el cumplimiento de la función propia de cada ser. En el caso del jugador, su virtud no está en repetir sistemas como una máquina ni en ejecutar tareas vacías, sino en entender el juego y decidir con criterio en un entorno caótico, cambiante y lleno de matices.
El conocimiento le da contexto. La libertad (y la técnica individual) le da opciones. Y la combinación de ambas cosas le da algo que escasea últimamente: disfrute auténtico.
Menos obediencia. Más conciencia.
No pido que nos convirtamos en filósofos griegos con silbato. Pero sí que revisemos qué enseñamos, cómo lo enseñamos, y sobre todo, para qué. Si las tareas que proponemos ayudan al jugador a entender el juego, si lo hacen más libre en sus decisiones, si lo hacen más capaz de anticipar, de resolver, de jugar con otros y no solo por sí mismo… entonces estamos más cerca del camino correcto.
Quizá si empezamos a enseñar menos desde el control y más desde la comprensión,empezamos también a formar jugadores más felices. Y con un poco de suerte, incluso mejoramos algunos de los hábitos que nuestra sociedad —acelerada, superficial y cada vez más resultadista— ha ido contagiando al deporte desde hace ya un tiempo.
Conocer el juego es liberar al jugador. Y liberar al jugador, quizá, es acercarlo a la felicidad.
Aunque Aristóteles no lo supiera… también estaba hablando de baloncesto y nos deja a nosotros, mortales entrenadores del siglo XXI, con una responsabilidad mayúscula


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