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La autocaravana y el viaje del entrenador

Hace apenas unas semanas, mientras apuraba últimos mis días en España antes de volver a Estados Unidos, tuve el placer de coincidir con un grupo de entrenadores de un joven club a los que se les ocurrió tomar su autocaravana, conducir unos centenares de kilómetros para aprender e intercambiar de entrenadores de élite y de formación de la zona de Catalunya.

No os voy a engañar, esto me dejó huella: ver a un grupo de coaches inquietos, con mucha ambición, invertir los últimos días de sus vacaciones en subirse a una autocaravana para aprender baloncesto no es algo que todos estemos dispuestos a hacer, ¿verdad?

Querían ver, escuchar, preguntar, compartir con entrenadores de diferentes niveles. Durante dos o tres horas de cena, la conversación fue un torbellino de ideas antes, durante y después de la mesa. Y de todas ellas, hubo una que me hizo detenerme.

Uno de los entrenadores comentó que, tras obtener el título de entrenador superior, algunos ños atrás ya, esperaba haber aprendido ciertas cosas que nunca aparecieron en el curso. Incluso deslizó la idea de que las federaciones no ponen demasiado interés en que realmente se aprenda más. Mi respuesta fue tan clara como incómoda:

¿Quién hay más interesado en aprender que tú mismo?

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Ese, para mí, es el verdadero eje de la cuestión. Porque sí, cualquier curso es una certificación, una autorización para poder competir en determinados niveles, no una garantía absoluta de aprendizaje. No te da nivel técnico. No te da nivel táctico . No te hace mejor en la dirección de partido ni en la gestión de grupos. El curso, en el mejor de los casos, te abre la puerta para entrenar. El nivel, la experiencia, la visión… eso se construye de otra forma. El aprendizaje significativo, como dicen en otras áreas pedagógicas, viene por otros lados.

Se construye en viajes como el suyo, compartiendo horas de carretera y mesa con compañeros con diferentes experiencias. Se construye estando cada día en la cancha, probando, fallando, acertando y volviendo a fallar al lado de tus deportistas. Se construye en los clinics, en los artículos, en los podcasts, en cualquier rincón donde alguien comparta baloncesto con pasión.

Por eso insisto: no hagáis los títulos “para tenerlos”, hacedlos porque os permiten coincidir con profesores, compañeros y contextos con los que quizá nunca tendríais otra manera de coincidir. El valor está en las personas, en las conversaciones, en la chispa que se enciende cuando alguien te hace ver el juego desde otro ángulo, en las puertas entreabiertas al conocimiento baloncestístico que luego tú tienes que cruzar.

No es este un alegato contra las federaciones ni instituciones formativas, Naismith me libre, su función de formación y divulgación es top, pero si pensáis —y todavía en 2025 hay quien lo hace— que una certificación federativa o educacional os hará mejores entrenadores, borraoslo de la cabeza. Repito: borraoslo de la cabeza.

El aprendizaje, para bien o para mal, depende de nosotros. Y solo de nosotros.

Y creo que es justo en este momento del año, en plena pretemporada, cuando más sentido tiene esta reflexión. Todos empezamos con ilusión, con la pizarra limpia, con objetivos por cumplir y sueños por alcanzar. Pero esa ilusión debe estar sostenida no por el papel de un diploma, sino por la convicción de que la mejora es un viaje que se recorre cada día: en el entreno de hoy, en la conversación de mañana, en la lectura del fin de semana.

Esa misma convicción es la que nos ha llevado a arrancar la cuarta temporada de El Alma del Juego. Un espacio que, igual que aquella autocaravana, busca rutas distintas para encontrarse con el baloncesto, con sus protagonistas y con sus ideas. Porque lo que nos hará crecer, como entrenadores y como comunidad, no es un sello oficial, sino las experiencias compartidas que nos remueven, nos incomodan y nos hacen mejores.

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