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La gotera y el tiro: cuando la estética tapa las humedades

El otro día me quedé observando una gotera. Una más, de esas que aparecen año tras año, y que mi familia y yo llevamos reparando cada verano como parte del ritual estival. Quitamos el revestimiento dañado, lo volvemos a pintar, lo dejamos impecable… hasta que vuelven las lluvias, las heladas y, cómo no, la gotera reaparece. Esta vez, mientras la miraba, me asaltó una idea muy de enfermo del baloncesto: esta gotera es como el tiro de muchos jugadores.

Porque esa gotera no es el problema. Es la consecuencia visible de algo más profundo: una filtración, una humedad estructural. Pero nos empeñamos en atacar solo lo superficial. Tapamos lo estético, lo que molesta a la vista. Pero la causa sigue ahí, intacta, esperando su momento para volver a expresarse.



Y eso mismo hacemos cuando corregimos la mecánica de tiro. Nuestras correcciones se van a "la espalda desviada". "El codo no está en línea". "La muñeca no apunta al aro". "Los dedos están demasiado juntos". Y ahí estamos nosotros, brochazo en mano, arreglando la pared. Pero lo que necesita ese jugador no es un pintor, sino un arquitecto.


Corregimos la gotera, no la humedad

La mayoría de las correcciones técnicas se centran en la fase final del lanzamiento: el "release", la forma del seguimiento, la estética del gesto final. Pero como bien señalaba Gonzalo Vázquez en su artículo “Composición de la mecánica superior” (2014), es en la resonancia donde se manifiesta la verdad profunda del tiro. ¿Qué es la resonancia? Él te lo cuenta mejor que nadie:

“Se trata de un concepto sumamente interesante. Una inmensa mayoría de entrenadores de tiro concede gran relevancia a esta postrera fase del lanzamiento en que las manos ya no disponen del balón y se ven sometidas a un factor de inercia que, en el caso que nos ocupa, puede resultar muy útil si esa fuerza natural que provoca la hiperextensión termina siendo domesticada”.

Es decir, lo que vemos al final del tiro es como la gotera: la parte visible del proceso. Pero las verdaderas causas suelen estar más abajo: en los pies, los tobillos, las rodillas, las caderas, el core, los ángulos del agarre del balón. Las palancas que construyen el tiro desde la base.

Muchas veces, lo que parece una mala extensión de muñeca es en realidad una mala secuencia de activación desde el tren inferior. Un desequilibrio en la carga del apoyo. Una rotación de cadera que no se ha estabilizado. Un agarre incorrecto que obliga a reajustar en el aire.


La resonancia como radiografía

Ahí está la clave. La fase de resonancia del tiro no es solo estética. Es una radiografía funcional de lo que ha ocurrido antes. Cuando entendemos la resonancia como síntoma, no como error en sí mismo, empezamos a mirar más profundo. Empezamos a entrenar desde el cimiento.

Y eso no significa abandonar el trabajo técnico sobre el tren superior, ni dejar de buscar una salida limpia del balón. Pero sí implica cambiar el orden de prioridades. Empezar desde abajo. Desde las sensaciones de apoyo, desde la estabilidad en el salto, desde la eficiencia de las palancas.

Corregir el tiro no debería ser como pintar una pared húmeda. Debería ser como revisar una estructura: entender de dónde viene el fallo, por qué aparece, qué lo sostiene en el tiempo. Y una vez hecho eso, ya sí, que vengan los retoques estéticos.


Para entrenadores que buscan profundidad

Este artículo es una invitación. A mirar diferente. A dejar de corregir solo lo que se ve, y empezar a interpretar lo que ocurre antes. Porque el tiro no se enseña, se construye. Y como cualquier construcción, lo importante está en lo que no se ve.


Spoiler final:

No tengo gotera. Ni casa propia, de hecho. Pero cuando el otro día buscaba una analogía que explicara lo que siento cada vez que veo a un jugador repetir errores estructurales en su tiro… no se me ocurrió una mejor que esa. Así que, si tú también te sientes a veces albañil de lo superficial, o arquitecto de lo invisible, este texto era para ti.

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